Los devotos del Señor son pacíficos por naturaleza, puesto que no tienen ningún anhelo material. El alma liberada no tiene anhelo alguno, y, por lo tanto, no se lamenta por nada. Aquel que desea poseer también se lamenta cuando pierde su posesión. Los devotos no anhelan posesiones materiales, ni anhelan la salvación espiritual. Ellos están firmes en el amoroso servicio trascendental del Señor como una cuestión de deber, y no les importa en dónde estén ni cómo tengan que actuar.