En la era del internet, conseguir, descargar y compartir películas, música o libros se ha vuelto tan sencillo que casi todos lo vemos como una práctica normal. Es más, para muchos es rutina. Una rutina que, ante la ley de derechos de autor, nos hace delincuentes. Pero generalmente ni pensamos en eso, porque nunca hay consecuencias. Diego Gómez, un estudiante de conservación ambiental, tampoco se preocupaba, hasta que en el 2013 recibió una llamada que cambiaría su vida y todos sus planes a futuro.

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