Jesús de Nazaret, judío de origen y de formación, suscitó en la historia, y en particular entre sus seguidores, un movimiento religioso "nuevo" y hasta "revolucionario" en fuerte contraste con la religiosidad proveniente de la Antigua Alianza sellada entre Dios y su Pueblo. Por eso, ya en la primera generación cristiana se comenzó a hablar de Nueva Alianza en abierta contraposición con la Antigua. Entre ambas existe, con todo, continuidad y novedad, ya que la Antigua Alianza confluye y culmina en Jesús, el cual es, a su vez, autor y consumador de la Alianza Nueva. (cf. Hb 1,1-2; 8,1-13; 9, 1-15).


En este contexto de Alianza Nueva y definitiva, el cristianismo se presentó desde el principio como "una Buena Noticia": más aún, para los seguidores del Nazareno, muerto y resucitado, Jesús fue la Buena Noticia por excelencia que los hombres, sobre todo los pobres, los sencillos, los oprimidos y los marginados, esperaban: "tranquilizaos dijo el ángel a los pastores- mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo" (Lc 2,10).


Esta Buena Noticia se fue propagando, ante todo, gracias al "boca a boca" de las propias comunidades cristianas que fueron surgiendo, en primer lugar, en el territorio de Palestina; después en todo el Asia Menor; más tarde en el occidente, llegando hasta la misma Roma, capital del Imperio. "De esta forma repite una y otra vez el Libro de los Hechos de los Apóstoles- la Palabra del Señor iba creciendo y se robustecía poderosamente" (Hch 6,7; 12,24; 19,20).


Las distintas comunidades cristianas fueron sintiendo bien pronto la necesidad de poner por escrito los hechos y los dichos del Señor que se habían ido propagando entre ellos, con el fin de fijar bien esas enseñanzas y experiencias y de esa forma poder transmitirlas con la mayor fidelidad posible a las generaciones futuras.