Lo que no te mata te hace más fuerte,
pero tampoco hace falta fliparse
Las duchas de agua fría han demostrado ciertos beneficios en estudios: mejoras en el sistema inmune, mayor quema de grasa, ligera ayuda con la depresión, etc. Aunque si buscamos en Internet encontraremos exageraciones de estos beneficios en estudios hasta otorgarlas propiedades casi mágicas. Creo que sólo me ha faltado leer que si estás calvo y te duchas con agua fría te saldrá pelo.
Bromas a parte, hoy no voy a hablar de estudios sino de la aplicación práctica de las duc  has de agua fría. A finales del último verano empecé a ducharme siempre con agua "fría". Si alguna vez has probado lo de ducharte sin darle a la caliente y has aguantado como un campeón o no hayas sido capaz ni de meterte, quizá tu éxito o fracaso tenga mucho que ver con la estación del año en la que te encuentres y por tanto, con la temperatura del agua.

Duchas de agua fría: otro estrés positivo

Cuando hablamos de las adaptaciones al estrés y al entrenamiento, vimos que la Teoría de Selye nos decía que ante un daño nuestro cuerpo genera una respuesta de recuperación que lo hace un poco más fuerte que antes de sufrir el daño. En este caso el daño, el estrés, tiene un carácter positivo. Puede venir en forma de estrés psicológico, entrenamiento, ayuno o como es el caso que nos ocupa, en forma de ducha de agua fría.
Si seguimos con esta lógica podemos cada vez bañarnos en agua más fría hasta ser tan fuertes que podemos pasear en las noches de invierno por los campos de Burgos a 10ºC bajo cero desnudos sin mayor problema. Aunque hay individuos que podrían hacerlo , como Wim Hof (El hombre de hielo), la mayoría de los mortales encontraremos un punto dentro de esta adaptación al estrés en el que el daño, en este caso la temperatura del agua, supere nuestra capacidad de recuperación. No necesitamos llegar a morir por hipotermia o causarnos una lesión, llega un momento en que empezamos a notar que no somos capaces de recuperarnos, ya sea hablando de entrenamientos, de duchas frías o del estrés al que nos refiramos. Aquí tenéis mi experiencia.

Experiencia con duchas de agua fría desde verano a finales de diciembre
En diciembre la cosa se pone seria. La línea negra discontinua marca la temperatura a la cual ducharme todos los días (con el agua tan fría) se hacía "bola".
En verano llevo años duchándome con agua fría, la verdad que es un auténtico placer y realmente no lo considero muy estresante que digamos, más bien al revés. Pero este año me había propuesto incluir las duchas de agua fría también en el invierno. Había leído el libro del Hombre de Hielo y me había motivado bastante, no para bañarme en bolas en enero en un lago helado, pero para al menos ducharme dentro de casa sin darle a la caliente. Otras veces lo había intentado de golpe y me había echado para atrás, pero esta vez estaba decidido.

El factor determinante: la temperatura
Decir que lo más importante de una ducha de agua fría es la temperatura parece una chorrada, pero debido a las variaciones de temperatura la cosa cambia mucho. Además en pocos sitios encontré la temperatura real a la que se obtenían los supuestos beneficios de ducharse con agua fría. En sólo unos pocos estudios daba una referencia con rangos de temperatura entre los 10 y los 15ºC.
Así que para hacerme una idea objetiva de la temperatura a la que me duchaba me compré un termómetro. Es este, está pensado para comida, pero funciona de lujo para medir la temperatura del agua y también me ha venido de lujo para hacer quesos, yogur o cuajada.
Voy a separar el asunto en los tres meses que duró el experimento.

Octubre
La cosa empieza viento en popa. Es un otoño suave y las primeras mediciones de temperatura dan un valor de 24º C. A medida que va bajando la temperatura exterior y nos vamos alejando del verano la temperatura va cayendo, pero me adapto sin problema. La temperatura más baja dentro de casa está ligeramente por debajo de los 20ºC.