El cineasta armenio Sergei Parajanov encontró su voz a través de otra voz, aquella con que Andrei Tarkovsky dio vida a La infancia de Iván (1962). A partir de ahí, Parajanov fue un cineasta de culturas nacionales (en un momento en que el concepto podía ser problemático), de historias contadas a través de objetos y posturas, y de una intensidad vital que canalizó de diversas maneras en los cuatro largometrajes que realizó entre 1965 y 1990. Acá abordamos los dos primeros, quedando los restantes como promesa para el futuro.