Se dice en las Escrituras que la felicidad espiritual es ilimitada; ni siquiera el Señor puede medirla. Eso no significa que el Señor no puede medirla y que, por lo tanto, es imperfecto en ese sentido. La felicidad que se obtiene del Señor puede ser medida por el Señor, pero luego aumenta, y el Señor la mide de nuevo, y de nuevo vuelve a aumentar, y el Señor la vuelve a medir, y en esa forma, eternamente, hay una competencia entre el incremento y la medida, hasta tal punto que, la competencia nunca se detiene, sino que continúa ilimitadamente ad infinitum.