Nadie puede actuar libre e independientemente, y por eso siempre se debe buscar el permiso del Señor para actuar, comer o hablar; y, por la bendición del Señor, todo lo que un devoto hace está más allá de los  defectos típicos del alma condicionada. Vinculando sus acciones siempre con Dios, el devoto actúa de manera perfecta, por la gracia del Señor.