Es muy difícil definir eso que muchos llamamos «la santanderianidad». Quisiéramos siempre decir cosas buenas, pero también tenemos el lastre de las ilusiones desvanecidas, de las frustraciones que nos producen los clanes politiqueros. Pero aún así me atrevo a ser un amanuense de las evocaciones que mi corazón guarda con aroma de trapiches y melancolía de tiples. Soy orgullosamente santandereano. Episodio homónimo de mi columna en vanguardia.com

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