En Israel, la religión, la política y la guerra eran casi lo mismo. Enfrentarse a Israel era atacar a Dios, ir en contra de un pueblo era la batalla de Dios. Se consideraba al enemigo como malvado sin remedio y se expresaban maldiciones que pedían su destrucción pues peleaban contra Dios. Algunos Salmos nos describen estas batallas mostrándonos que no podemos disociar las circunstancias de nuestra vida espiritual y que Dios es el que da la victoria porque el pelea por nosotros.