El asesino vegetal: parte uno “la luz”
(Una historia de “cuidados” entre líneas)

Pero antes de comenzar quiero que sepas que para el presente relato no se maltrató ninguna planta.
Simplemente se relatan situaciones “ficticias” que es muy probable que las conozcas porque te las contaron. ¿No?
Bien, vamos entonces al relato.
Pero si deseas ir derecho a los aprendizajes, se encuentran al final de la historia.

Luis, soltero, 34 años.
Acaba de dejar el nido hogareño, tarde quizás, pero lo ha dejado.
Se ha mudado a un departamento en un segundo piso con balcón hacia el norte en plena ciudad de San Juan y desea llenarlo de plantas para sentirse más en casa.
En la casa de su madre, está claro.
Con la determinación en su sangre se dirige al vivero o centro de jardinería por primera vez.
Hace su ingreso y comienza a escanear todo el lugar en búsqueda de aquellos verdes que despiertan recuerdos.
Compra sus primeras tres plantas: un helecho, un ficus y un poctus.
Llega a su nueva morada y las acomoda en el balcón.
El sol es importante para las plantas, pensó.
Todo bien, todo bonito.
Le siguen a este momento tres días nublados en ese mes de enero.
Las plantas lucen verdes y lozanas.
Pero no por mucho más.
El cuarto día, es una jornada típica de verano con unos discretos 37º C.
Llega de trabajar cerca de las 21 horas, va derecho al balcón con una cerveza y a reencontrarse con sus compañeras de piso.
¡Tremenda sorpresa se lleva!
El helecho, ficus y poctus con las hojas caídas, con la lengua afuera de sed y calor.
Un bronceado nada saludable las teñía.
No quiso llamar al vivero para ver qué pasaba porque se sentía como un burro.
Tampoco a su madre, el orgullo le decía que tenía que valerse solo.
Las dejó un día más en su lugar esperando que el agua del riego las ayudara y ese fuera el único motivo.
38º C y a la sombra ese 23 de enero.
Esa noche el panorama era indescriptible, el bronceado se convirtió en un color marrón.
Seco, todo seco, es lo que veía.
La mañana siguiente, una mirada difícil de discernir se reflejaba en sus ojos.
Tenía que despedirse de las tres plantas que no sobrevivieron la experiencia.
Una semana más tarde.
Con el espíritu algo repuesto de la situación vivida, nuevamente se dirige al vivero.
Esta vez compra unos cactus y algunas crasas (las de las hojas carnosas).
Convencido de haber aprendido en carne ajena la experiencia, coloca las plantas dentro del departamento, cerca del baño y a unos 3 metros de las ventanas para que el sol no les diera de forma directa.
Esta vez, ninguna se quemó y sobrevivió la semana.
Un mes después nota que el verde original se ha apagado, están además estiradas y queriéndose acercar a la ventana, fuente de luz natural.
Luis no entendía qué pasaba.
Se negaba toda posibilidad de aprendizaje directo.
Cero preguntas a Marcos, el viverista.
A su madre o al mundo natural de un milenial: internet.
Era un completo cabeza dura o cabezotas.
Acto seguido, lleva las plantas al balcón y dos días después.
Más defunciones.
Unos días más tarde volvió a comprar plantas.
Un ejemplar de cada una de las promotoras de gratos recuerdos.
Esta vez estarían siempre igual, no se tendría que preocupar de nada.
Compró imitaciones plásticas.

Aprendizajes:
• Todas las plantas necesitan de luz natural para crecer adecuadamente.
• Acorde a sus necesidades lumínicas (adaptaciones) el hombre las clasifica: pleno sol, media sombra o sombra parcial y plena sombra.
• Un exceso de luz solar directa a plantas adaptadas a situaciones de sombra puede producir quemaduras y daños irreversibles en sus hojas.
• Una falta de luz a plantas consideradas de pleno sol hace que la planta pierda su color característico y comience a crecer “estirándose” para alcanzarla. Fenómeno conocido como ahilamiento. Si ocurre, se recomienda no hacer el cambio brusco de lugar (sombra a sol) porque la planta se verá afectada.

Recuerda darle a "me gusta" si eso te parece apropiado para ayudarme a llegar a más amantes de las plantas.