Cuando Constantino decide fundar en 324 Constantinopla sobre lo que era la antigua Bizancio, una colonia fundada por los colonos griegos de Megara, unos diez siglos antes, y que con el tiempo se había transformado en ciudad imperial romana, tal vez no imaginara que ponía la piedra basal de un edificio que tomó como tradición sentirse el centro del Universo y que muchas veces cuando estaba por caer se volvía a levantar con la fuerza de un coloso.