Aunque seguramente Ermanno Olmi no lo planeó así, Il Posto e I Fidanzati tienden a funcionar como una suerte de díptico. En Il posto, un adolescente que vive en un pueblito ubicado en las afueras de Milán postula a su primer trabajo. la idea es que ayude a la economía del hogar, pero para él la tarea el proceso de selección adopta la forma de una aventura (con devaneos de romance incluido) hasta que sorpresivamente el trance de estar en un trabajo, de sentarse día tras día en el puesto se torna algo inevitable. Ya estás en el sistema, no saldrás de ahí. Esa inevitabilidad es cuestionada a fondo por I fidanzati, toda vez que el protagonista debe dejar atrás casa y pareja al aceptar un ascenso que lo llevará a Sicilia, por entonces en pleno boom industrial. Ese mundo que él conocía tan bien y dominaba ahora se vuelve un espacio de contornos difusos, igual que esa novia que lo espera allá lejos. Si en la primera película, el director dejaba espacio para homenajear al Truffaut de Los cuatrocientos golpes, en la segunda la influencia de Antonioni se hace sentir con todo su peso existencial, pero en ambos casos dichas miradas quedan sometidas a una intuición más potente aún: el profundo cambio de las vidas privadas, a mediados del siglo XX: lo que cuenta ya no es la transformación del campesino en obrero sino la conversión del hombre mismo en un traje oscuro, de dos piezas. Liberación y cárcel. De eso y más se habla en este podcast.