Cuando le confías el timón de un barco a un loco, lo más probable es que la nave encalle o se hunda. Cuando uno está fuera del barco, el espectáculo puede ser conmovedor, sublime o también muy divertido si las maniobras del capitán exhiben una torpeza inhabitual para esos menesteres. Eso es lo que ocurre con The Room, importante pedazo de porquería que se sumerge en los clichés del softcore, para arrancar de las estructuras y normas (del género, del cine y de la narrativa en general) de formas tan graciosas como inesperadas. Franco homenajea a The Room, identificándose con el perfil errático de Wiseau y con las grandes historias de amor y lealtad que han sido sepultadas bajo las olas.