La cuarta película de este director ruso retoma la vocación rural y contemplativa de sus dos primeras cintas (El regreso, 2004, y El destierro, 2007) y le agrega la denuncia social de su tercera cinta (Elena, 2011), para conformar una obra mayor. Perfecta en lo formal, eficaz en lo narrativo (aunque se le pasa la mano con la caricaturización de ciertos personajes)y punzante a nivel discursivo, su denuncia contra la corrupción de la iglesia, el Estado y la justicia de su país se expande incluso hacia una indagación feroz sobre el sentido de la propia existencia de la humanidad como especie. Ambición gigante sostenida sobre sólidos cimientos bíblicos, literarios y cinematográficos. De esto y más hablamos en el podcast.